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TIEMPOS PANDÉMICOS: LA EXTRAÑA EPIDEMIA DEL BAILE DE 1518

  • Foto del escritor: Influencia Digital
    Influencia Digital
  • 15 jul 2020
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 24 jul 2020

Jehison A. Torres Portilla


El confinamiento, la incertidumbre y el miedo que vivimos, producto de la pandemia causada por el virus SARS-CoV-2, ha dinamitado estragos profundos en la sociedad a diferentes niveles: emocionales, económicos, de bienestar y sociales. A lo largo de nuestra historia, los seres humanos hemos vivido innumerables tipos de plagas, epidemias y pandemias. Aunque muy pocas, más extrañas que las “epidemias del baile” que golpearon a la Europa Central en el medievo, una en particular interesante por su magnitud:

Estrasburgo en 1518. El verano había caído, una mañana inusualmente calurosa arreciaba a mitad del mes de julio. Frau Trofea, la paciente cero, entró en una calle estrecha de la ciudad bailando desinhibida, frenética, en una ferviente vigilia que duró de 4 a 6 días. A veces caía y parecía quedar en letargo, pero al levantarse, siempre continuaba con sus coreografías. Poco tiempo después se unió un vecino, y luego otro, al terminar la semana 34 individuos danzaban sin parar. A medida que el tiempo avanzaba, hombres, mujeres y niños, comenzaban a moverse en contra de su voluntad, sin parar. Los más débiles morían pronto por agotamiento, otros más por infartos cardiacos y accidentes cerebrovasculares. Según los informes de la época, hasta quince personas morían por día. Al terminar el mes, sumaban poco más de 400 contagios. Los textos de la época relatan: “No hay evidencias de que quisieran bailar. Al contrario, expresaban horror y desesperación”. Desde la distancia podrían ser bailarines de carnaval. Pero una inspección más cercana, revelaba una escena más inquietante. Sus brazos se agitaban y sus cuerpos se convulsionaban espasmódicamente. La ropa irregular y las caras pellizcadas se saturaban de sudor. Sus ojos eran vidriosos, distantes. La sangre se filtraba desde los pies hinchados hasta las botas de cuero y los zuecos de madera.


c, a la locura de la danza), consultaron a los médicos locales que –tras excluir causas sobrenaturales– diagnosticaron una enfermedad natural provocada por la sangre caliente: de acuerdo a la escuela de Galeno, se pensaba que el flujo sanguíneo podía avanzar hasta el cerebro, y transmitir la temperatura de la sangre a este órgano, recalentando, provocando así, enfado, fogosidad y locura. Nada tan fuera de lo común en la edad media, donde la medicina se estaba separando de los religiosos y estábamos muy, pero muy lejos del método científico. El conocimiento era adquirido de manera empírica.

Después de recetar sangrías –que era un remedio de la época– para restaurar el estado natural de la sangre, los enfermos no cedían. Esto dio lugar a una solución mucho más creativa. En el centro de la ciudad, ordenaron la limpieza de un mercado de granos al aire libre donde erigieron un escenario de madera al lado de la feria de caballos. Hasta este lugar escoltaron a los bailarines enloquecidos, con la creencia de que al mantener un movimiento constante, sacarían las ganas de baile y terminarían con la extraña enfermedad. Contrataron bailarines profesionales, gaiteros y percusionistas que acompañaron a los enfermos. Se les pagó a hombres fuertes para mantener a los afligidos en posición vertical agarrando sus cuerpos mientras giraban y se balanceaban. Aquellos en el mercado de granos y en la feria de caballos siguieron bailando bajo el resplandor del sol de verano en una escena tan demoniacamente extravagante, como cualquier cosa imaginada por Hieronymus Bosch.

Un poema en los archivos de la ciudad explica lo que sucedió después: "En su locura, la gente siguió bailando hasta quedar inconsciente y muchos murieron". El consejo sintió que había cometido un error. Decidieron que los bailarines sufrían de ira sagrada, en lugar de cerebros sobrecalentados, optaron por un período de penitencia forzada y prohibieron la música y el baile en público. Finalmente, los bailarines fueron llevados a un santuario dedicado a San Vito, ubicado en una gruta mohosa en las colinas, sobre la ciudad cercana de Saverne, donde sus pies ensangrentados fueron colocados en zapatos rojos, y fueron conducidos alrededor de una estatuilla de madera del santo. En las siguientes semanas, dicen las crónicas, la mayoría cesó sus movimientos salvajes. La epidemia había llegado a su fin a finales de septiembre. A mediados de la década de 1600, si no antes, los brotes de baile compulsivo habían dejado de atormentar a la gente de Europa. Su desaparición coincidió también con la extinción del ferviente sobrenaturalismo que los había sostenido; a finales del siglo XVII, el término Danza de San Vito o Chorea Sancti Viti (en griego) fue apropiado para describir esta condición medica. Esta, no fue la única, sí no la mejor documentada epidemia de baile que asoló al Sacro Imperio entre el año 1000 y 1600.

¿Qué provocó esta extraña epidemia? ¿Por qué soportaron tanto tiempo bailando? Paracelso, a medio camino entre la magia y la medicina, fue uno de los primeros farmacéuticos europeos en utilizar la química (alquimia en ese entonces) para sanar enfermedades, y también se interesó en buscar las causas físicas de éstas. Visitó Estrasburgo ocho años después de la plaga y quedó fascinado por sus causas. Según su Opus Paramirum, Paracelso clasificó este tipo de manía danzante como Corea Lasciva (causada por deseos voluptuosos, "sin temor ni respeto", un poco mas sensuales), Corea Imaginativa (causada por una excitación excesiva de la imaginación) y Corea Naturalis (una forma mucho más leve, esta si, atribuible a causas fisiológicas) como las tres formas principales de la afección. Si bien el famoso Paracelso, iconoclasta, merece crédito por colocar la causa de la enfermedad en las mentes de los coreómanos en lugar de en el cielo, su diagnóstico parece algo ridículo para los lectores modernos. El evento de 1518 marcó el primer intento de explicar las causas naturales de la enfermedad y lograr una cura natural.

Una de las teorías modernas propuestas, resuelven el enigma atribuyendo la enfermedad al cornezuelo de centeno, una especie de hongo que afecta a cereales, y que guarda relación química con el LSD. Puede causar espasmos, sacudidas y alucinaciones. Sí, el cornezuelo puede causar convulsiones y alucinaciones, pero también restringe el flujo sanguíneo a las extremidades. Alguien envenenado por él simplemente no podía bailar durante varios días seguidos, por lo que esta teoría perdió validez conforme avanzó el tiempo.

Los años que precedieron a 1518 fueron años de gran dificultad para Estrasburgo y para toda Alsacia. Un cronista describió 1517, con brevedad conmovedora, como un "año malo". El verano siguiente, orfanatos, hospitales y refugios se desbordaron de gente desesperada. A este año le acompañaron un verano extremadamente calurosos, malas cosechas, viejos enemigos como la peste negra, que amenazaba con regresar, y enemigos nuevos como la sífilis, que era una enfermedad emergente e incurable. El hambre se hizo más profunda y la ansiedad no hizo más que crecer. Para Waller –quien escribió un interesantísimo libro sobre el tema: A Time to Dance, a Time to Die– estas condiciones extremas condicionaron un trastorno psicogénico masivo, un estado disociativo: histeria colectiva. Actualmente existe consenso sobre esta teoría, que es la mejor aceptada.

Vale la pena recordar estos eventos extraños. Proporcionan una lección objetiva sobre el poder de nuestras creencias y expectativas para dar forma a la expresión de angustia psicológica. En una época dominada por explicaciones genéticas, la epidemia de baile nos recuerdan que los síntomas de las enfermedades mentales no son fijos e inmutables, sino que pueden modificarse cambiando en los entornos culturales. Al mismo tiempo, el fenómeno de la coreomanía, en toda su rica perversidad, revela los extremos a los que el miedo y el sobrenaturalismo pueden llevarnos.

Coronavirus, debacles económicos, pérdida del empleo, altos niveles de ansiedad… ¡con cuidado!

Jehison Aldair Torres Portilla


-Médico Cirujano por la Universidad Veracruzana.

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