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RÉQUIEM POR EL PRI

  • Foto del escritor: Influencia Digital
    Influencia Digital
  • 21 jul 2020
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 24 jul 2020


¿Habrá visualizado el General Lázaro Cárdenas del Río –en alguna terrible pesadilla– la catástrofe del otrora invencible Partido Revolucionario Institucional? Seguramente no. Nadie podría ni siquiera imaginarlo. Estoy seguro de que verlo morir así, con tan poco carácter, debe doler en el alma.


El gigante oficial que se fundó con el nombre de Partido Nacional Revolucionario ha tenido una importante participación en la construcción de las instituciones del Estado Mexicano. De hecho, su creación es el primer paso para la consolidación de un régimen estable, en donde los ciudadanos encontrasen canales de participación política.


El Partido Nacional Revolucionario, si bien sirvió al Maximato, fue también uno de los elementos claves en la transición del Caudillismo Populista a la institucionalización democrática de México.


El mito cardenista


Cierto es que el país ha tenido varias etapas y con ellas, mitos, personajes que fueron dando forma a nuestra identidad: Moctezuma, Cortés, Hidalgo, Juárez, Cárdenas, Salinas… Pero ninguno tan potente como el que dejó el General. Quizás la anécdota que dio forma a la identidad política de los mexicanos es la expropiación petrolera; y el presidente que dio identidad al gobierno fue el propio Lázaro Cárdenas del Río.


Con Cárdenas se consolidaron las instituciones, su gobierno fue el punto nodal de la historia de la Revolución Mexicana, con él se definió el carácter del nuevo país. Con él se estableció un pacto social que dio sentido a la estructura del poder, que dotó de carisma y autonomía a la investidura. El tata Cárdenas definió la figura y el estilo de la institución presidencial. Además integró a la sociedad organizada y encausó la acción social bajo la dirección absoluta del Estado.


Por otro lado, el modelo de desarrollo nacionalista evocaba la importancia de los bienes del Estado e impulsaba la manufactura mexicana. Lo “hecho en México”, lo que es “de todos los mexicanos”, la construcción simbólica en torno al agrarismo; con estos elementos y muchos más, Cárdenas sintetiza los sueños revolucionarios en un ejercicio de gobierno con política social: los principios del PRI.


El PRM (Partido de la Revolución Mexicana), que luego adquiere las siglas actuales (PRI), se convirtió en el sagrado instrumento de la competencia por el poder; basó su fuerza en el obrerismo, agrarismo e indigenismo. Era un partido con vocación social por principios.


La dictadura perfecta


De la mano del PRI llegó la estabilidad social y también la estabilidad política. Presidentes como Adolfo López Mateos impulsaron el crecimiento económico basado en la estabilidad monetaria, el fomento industrial y la inversión pública en infraestructura; pero atendiendo siempre a los sectores del partido, los que dan fortaleza a la institución: los obreros y campesinos, construyendo el corporativismo.


“La dictadura perfecta”, la bautizó Vargas Llosa. El poder absoluto del presidente. Ríos de tinta corrieron en todo el mundo para analizar las competencias metaconstitucionales del presidencialismo mexicano, de la mano del PRI; una construcción perfecta de poder en donde todos deben disciplinarse ante la voluntad de un jefe máximo, pero sólo por 6 años.


A la voz de “sí, señor Presidente” se disciplinaron las huestes. Todos tenían un cachito del pastel interminable de la bonanza petrolera. “Si te formas, te toca”, rezaban los dichos priístas. Una verdadera fiesta nacional en la que los sectores sociales alcanzaban beneficios mínimos y a cambio entregaban su lealtad a una organización política invencible; tan grande como el Estado mismo, tan poderosa como el propio Presidente de la República que no parecía tener límites.


El grupo compacto


Sin embargo, al paso del tiempo, el poderoso PRI iría olvidando poco a poco su vocación real, adoptando doctrinas ajenas al mito cardenista. De esto se podrían citar varios ejemplos en el tiempo, pero ninguno tan claro como el del “Grupo compacto”, como se auto nombraban los colaboradores de Carlos Salinas da Gortari.


Este grupo, también conocido como “La familia feliz” se encargó de desplazar a la vieja clase política; neutralizó la apenas creciente izquierda mexicana, y fulminó el pacto social. Este grupo eliminó de tajo el mito cardenista; retomando el corporativismo del PRI, sólo por las ventajas de control y disciplina.


Las privatizaciones, por ejemplo, iban absolutamente en contra del desarrollo nacionalista de Cárdenas. La anécdota fundacional del partido dejó de hacer sentido en la militancia. ¿Dónde estaban las conquistas sociales de la revolución? Dejaron de importar. Ahora lo único que importa es el mercado; lo único que importa es la inversión, los empresarios; había que estar bien con el Banco Mundial, no con la CNC.


Los tecnócratas perdieron el interés en la sociedad, en la terracería, en la plaza pública. Consideraban una obligación de los sectores del PRI hacer el trabajo sucio. El ejercicio del poder al más puro estilo del General Cárdenas, les parecía cosa de tontos. En adelante, la política habría de hacerse desde la televisión y el marketing.


Y aunque los spots funcionaron y aparentemente el genio joven conquistó el corazón de los mexicanos con su “Solidaridad”; la terrible corrupción, la violencia del crimen organizado, la ruptura de las estructuras sociales que hacían posible el corporativismo, desmantelaron la perfecta organización del poder y corrompieron los principios más altos del priísmo gobernante.


La alternancia inútil


El desgaste institucional, la desvinculación del gobierno tecnócrata, el creciente resentimiento social, crearon las condiciones para que se diera la alternancia, la más inútil de las alternancias. Ganó la oposición conservadora. Por aquellos años escuché una frase que describía muy bien la realidad política del país: “No es que el PAN no sepa gobernar, es que las estructuras están hechas para que gobierne el PRI”.


Y tenía razón, probablemente los gobiernos de la alternancia inútil a penas estaban entendiendo la lógica del poder en México desde el gobierno, cuando ya se les había acabado el tiempo. Se enfrascaron 12 años en un debate perdido, intentando privatizar las actividades petroleras con argumentos debiluchos, intentando dar orden al tráfico de drogas. No pudieron. Aprendieron los peores vicios del PRI de los 90, pero sin las estructuras sociales del PRI de los 60. El PAN fracasó.


Y fue entonces cuando regresó el invencible; llegó fortalecido, indestructible. “El nuevo PRI”, con un discurso por demás oscuro. Llamaban al priismo que habita en nuestra identidad cardenista. Nos susurraban al oído. Nos decían sin decirnos que la solución a los problemas del país –la violencia y la ingobernabilidad– era la disciplina y el orden de un partido robusto que sí sabe gobernar.


El nuevo PRI


Sin embargo, el relevo generacional del priísmo resultó catastrófico. No hubo orden ni gobernabilidad, sino corrupción y frivolidad.


Los nuevos “niños listos” no sólo abandonaron por completo la anécdota priísta, sino que perdieron la sensibilidad social que caracterizó al sexenio salinista. Para ellos, México está en Polanco, no en Chiapas; en el ITAM, no en las universidades públicas, no en los barrios, no en las comunidades rurales.


Los nuevos tecnócratas del PRI se parecen más a los conservadores del PAN. Tan alejados del pueblo, tan incapaces de entenderlo, que no pueden hablar con él.


Las reformas estructurales iban en contra del mito cardenista, en contra de los principios del PRI, en contra de la formación cultural de los mexicanos. Cuando se hablaba del desarrollo estabilizador, del milagro mexicano, de la abundancia petrolera, ¡nunca se dejaron de atender los sectores sociales!


Pero estas reformas, que intentaban convertir al gobierno en una empresa privada, iban en contra de todo lo que nuestra sociedad ha construido en su imaginario; en contra del pueblo. No discuto su efectividad económica, sino su incongruencia comunicativa.


Por eso un priísta –de los de verdad– tomó posesión el 1 de diciembre del 2018, con un partido –Morena– cuyos estatutos son un espejo de los del viejo PRI de los 50. Porque el mito sigue siendo el mismo, nuestra identidad exige un presidente poderoso, un partido robusto, un gobierno que proteja a los sectores sociales, que entienda a la sociedad, ¡que sepa cómo hablarle al pueblo!


El PRI, el invencible, el poderoso, el partido del gobierno, el de los obreros y campesinos, el de los maestros, el de los petroleros, el que ayudó a construir las instituciones del Estado Mexicano, ese PRI ya no existe. Lo consumió la corrupción, se destruyó desde dentro, y Lozoya pondrá el último clavo en el ataúd.



Alejandro E. Sosa Benítez

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales- UNAM

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