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LA SALUD ES UN TEMA DE ESTADO

  • Foto del escritor: Influencia Digital
    Influencia Digital
  • 17 ago 2020
  • 5 Min. de lectura

Para mi madre, hasta hace muy poco tiempo aún, representaba una gran satisfacción platicar que mi adorado “padrinito” Arnulfo, se había encargado de mantener mis recreos durante toda mi educación preescolar en el glorioso jardín de niños Eduardo Martínez B. Que me daba un peso diariamente, cuando el peso valía y con él, yo adquiría 20 centavos de galletas ovaladas o de animalitos y una coca chiquita de 80 centavos.


Y esto solo constituía un postre, ya que mi mamá nunca permitió que saliéramos de la casa sin almorzar; a mis hijos, sus nietos, los obligaba a comer cecina con enchiladas y jugo de naranja por la vitamina “C”, a las 6 de la mañana, antes de irse a la Secundaria, lo demás era para entretener la “tripa” o acariciar la gula.


Ejercitando la memoria y desde luego la reflexión y autocrítica personales; no me da entonces mucha dificultad deducir porque mi cuerpo ha sufrido siempre de sobrepeso y de ignorancia, ya que creía además, que éramos privilegiados por gozar de buena y nutritiva alimentación.


Sin embargo, mi madre y las maestras del Jardín de Niños a las que amé, no pueden ser culpables de ello, ellas estaban convencidas de que nos alimentábamos bien y que los “postrecillos” eran inofensivos. Al paso del tiempo, a decir verdad, mi mamá se volvió una acérrima enemiga de la Coca-Cola pero más por moda que por conocimiento, ya que tomaba de cualquier otro refresco, igual de dulce y de deliciosamente adictivo.


En realidad a estas generaciones les ha tocado vivir el momento en que nuestra alimentación natural y regional, se combinó con la ingesta privilegiada de carbohidratos y lo que hemos dado por llamar “comida chatarra”. Los recreos escolares en todos los niveles ofrecen a los niños y jóvenes Sabritas, Coca Colas, productos de Bimbo a granel y comida rápida altamente perjudicial para la salud, como las sopas Maruchan y sus similares.


Justamente y por experiencia, creo que somos la generación que, en un breve tiempo en la historia de la humanidad, se ha beneficiado de las transformaciones más impresionantes a nivel científico y tecnológico, del desarrollo humano y social más vertiginoso, del crecimiento del mercado y sus bondades; y por ende, nos ha tocado sufrir las consecuencias.


México, “tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos” se ha convertido en los últimos años en el segundo país con mayor índice de obesidad, en el número uno en obesidad infantil y ostenta el primer lugar en diabetes; y todo por vivir en una modernidad que arrastra, en un consumismo salvaje que nos alejó de la comida de nuestros antepasados y la mezcló con las necesidades del mundo “light”, sin que tuviéramos información sobre las consecuencias que hoy estamos viviendo; ¿quién iba a decirme a mi, a los 5 años, que la “coquita chiquita” que tomé diariamente durante casi toda mi infancia, me haría sufrir tanto cuando tuve a mis hijos dejándome casi sin dientes?


¿Quién nos iba a decir que llegaría el año 2020 y nos encontraría más gordos que nunca, más hipertensos que nunca, más diabéticos que nunca y con su coronavirus nos regalara el más alto índice de mortalidad casi mundial por la Covid-19? (Aparte de una estrategia para tratar la pandemia que podríamos cuestionar, pero que dejaremos para otra oportunidad)


La pandemia del Coronavirus en México ha dejado al descubierto otras epidemias nacionales que han venido creciendo y cuyo control no ha pasado del discurso; ya que tampoco podemos negar que existe ya desde hace tiempo información de fácil acceso para saber qué nos hace daño y hemos trabajado también como sociedad, para alertarnos a nosotros mismos.

Como ejemplo, el nuevo etiquetado de los productos que los delata como de peligrosa ingesta y busca orientar nuestras decisiones hacia lo que nos conviene; o las campañas en medios del sector salud que nos invitan a comer sano y a hacer ejercicio; o los reglamentos escolares (permanentemente violados) que instruyen sobre la oferta alimentaria en los expendios de las instituciones educativas que “obligatoriamente”, deben vender comida sana.


Sin embargo, creo que aunque hemos avanzado, no ha sido suficiente, en la coyuntura actual, en esta declarada emergencia nacional de salud, soy partidaria de los que piensan que ha llegado el momento de la intervención directa del Estado. Estoy de acuerdo con el Congreso Oaxaqueño.


Su reciente determinación de limitar la venta de “alimentos chatarra” a los niños de ese Estado, puede y debe despertar un profundo debate. Debate que seguramente se dio entre los Diputados Oaxaqueños y seguirá dándose entre la sociedad y en un tema cuyos miembros del Congreso, en un ejercicio de representación, han votado.


Sin olvidar que vivimos en un sistema democrático donde el Poder Legislativo existe y se posibilita precisamente porque es un tridente del Gobierno emanado de la voluntad popular; es importante reconocer que el debate es siempre necesario y deseable para una sociedad que enfrenta día a día retos y disyuntivas, y requiere tomar posiciones y dar opiniones.


Partidaria irrenunciable de la libertad del individuo a decidir, en cuanto supe de la propuesta oaxaqueña me asaltaron dudas de forma natural, ¿violaba esta propuesta la libertad individual de elegir? ¿Si yo acepto que me crezca la cintura, se me caigan los dientes y me de alzheimer a los 60 años con tal de no perderme el placer de tomar un litro diario de Coca Cola, el Estado qué tiene que ver?


El Estado tiene mucho qué ver, es el garante de la salud de todos los mexicanos, es el responsable de que nos alimentemos bien, es el que por lo menos en el papel, paga nuestros doctores, nuestras medicinas y nuestros hospitales. Es el que estaba y está obligado a tener suficientes camas y respiradores para enfrentar la crisis de la pandemia actual y de las que están por venir. Y debemos reconocer que ante la situación actual de salud que vive el pueblo mexicano, no hay presupuesto que alcance, no hay, mas que buenas intenciones.


Por lo que, por la salud de los mexicanos y del mismo sistema de salud, el Estado está obligado, no sólo llamado, a poner reglas que como medicina curativa revivan al enfermo y con imposiciones preventivas, nos ayuden a esperar un futuro mejor.


Por otro lado y desde ya, a nivel individual también tenemos mucho que aportar en esta democracia participativa, no esperando a que nos digan o nos impongan qué hacer, cuando ya existe suficiente fundamento ético y científico, para coincidir.


Sí… coincido con el Congreso Oaxaqueño y espero que muchos más lo sigan, empezando por Veracruz.




Alekcy Benítez Ahumada

 
 
 

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