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LA CAÍDA DEL SISTEMA: EL FRAUDE DE 1988 DESDE LAS ENTRAÑAS DEL CISEN

  • Foto del escritor: Influencia Digital
    Influencia Digital
  • 30 sept 2020
  • 8 Min. de lectura

Alekcy Benítez Ahumada


Capítulo II: De cómo la historia te enseña, mucho más cuando la vives, que cuando la lees en los libros.


Desde el mismo título de este texto podrían empezar a darse las discusiones y cuestionamientos sobre el tema que abordaré y las afirmaciones que haré; ya que es claro que las historias por cada quién vividas, más que formar parte de una anécdota a contar, son experiencias que nos forman como seres humanos; mientras que los acontecimientos que han tenido la fuerza de pasar a la historia escrita en los libros y que dan forma a la identidad de nuestro país, la mayor parte del tiempo no han coexistido con nosotros en temporalidad y espacio y por lo tanto, las conocemos a través de la mirada de otros.

Lo que les voy a platicar entonces, se inscribe desde luego, en la categoría de mi experiencia personal; pero también forma parte de una serie de acontecimientos que han hecho historia en este país. Una historia escrita de mil maneras, una historia que en realidad no ha terminado y seguimos dándole forma hasta estos días; pero una historia de la que además, fui testigo, desde su mismo corazón.


Le puse "Capítulo II" porque se relaciona con aquel evento que les conté sobre la visita del Ing. Heberto Castillo a Tempoal en el año de 1992 y aunque cronológicamente lo que les compartiré ahora sucedió antes, viene a formar parte de la misma serie de eventos que marcaron mi vida, mi generación y a este país.


Corría el año de 1988, a principios de éste y luego de una breve estancia en Irapuato, Guanajuato, donde trabajé durante 6 meses en un periódico llamado El Centro; emigré a la Ciudad de México, buscando mejores opciones laborales y me encontré nada más y nada menos que con la oportunidad de integrarme al grupo de analistas políticos del entonces Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN)


Confieso desde luego que poco sabía de aquel lugar: ni su origen, ni su historia, ni sus antecedentes, ni sus objetivos. La primera vez que fui, a hacer la entrevista de trabajo, me sorprendió el edificio amurallado de color gris, y conforme pasaron los minutos empecé a descubrir poco a poco de qué se trataba. Me quedé contratada como analista del Sector Campesino independiente y junto a aproximadamente otros 50 compañeros, nos pasábamos el día buscando información política relevante del país en periódicos y revistas, sobre diferentes sectores de la sociedad.


En notoria simetría, el edificio se duplicaba. Mientras nosotros habitábamos el lado derecho de la escalera que lo dividía, otro grupo de trabajadores desarrollaban su quehacer del lado izquierdo. Los protocolos de ingreso a esa área eran mucho más exigentes que los que se aplicaban en el extremo derecho y obedecían al tipo de información “reservada” y de “inteligencia” que ahí se manejaba.


Nosotros no teníamos autorización de pasar a aquélla área, el acceso nos estaba totalmente restringido. (Apenas hace poco me enteré que por esas mismas fechas inició su meteórica carrera en la Seguridad Nacional mexicana, el muy conocido y de no muy buenas referencias, Genaro García luna; estoy segura que nunca lo vi, él ingresaba del lado opuesto al mío).


Ese año era eminentemente político, se celebrarían elecciones Presidenciales y ya Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo habían iniciado el movimiento que se conoce como Frente Democrático Nacional cuya premisa fundamental era la promoción de la democracia. Ellos habían buscado desarrollar esta corriente democrática dentro del PRI, al que abandonaron, luego de que sus cerradas estructuras no lo permitieron.

Carlos Salinas de Gortari era el candidato del Revolucionario Institucional, Manuel J. Clouthier encabezaba al PAN y Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, hijo del General Lázaro Cárdenas, se había convertido en el líder de la izquierda mexicana a través del Frente Democrático Nacional que aglutinó al PARM, al PFCRN, al PPS y al PMS.


Las elecciones serían el 6 de julio y entonces, eran organizadas por la Comisión Federal Electoral dependiente de la Secretaría de Gobernación a cargo de Manuel Barttlet Díaz, el Secretario de Gobernación, mi jefe en el CISEN.


En la primera semana de julio, nos reunieron a todos los analistas de la Coordinación de Análisis Político por sectores, en la que yo trabajaba, y nos informaron que seríamos los encargados de recibir y procesar la información electoral que empezaría a fluir de los distintos Estados de la República a partir del cierre de las casillas.


Trabajaríamos en binas y nos asignaron las Entidades que nos corresponderían. También nos dijeron que fuéramos preparados porque pasaríamos toda la noche en el edificio del CISEN, ubicado en el bosque de los Dinamos, donde termina la Delegación de la Magdalena Contreras.


A mi me tocó el Estado de Chiapas y algunas zonas de Guerrero, teníamos computadoras interconectadas en un sistema que, para aquéllos años, resultaba complejo y sofisticado y que, pese a lo innovador, no estaba preparado para soportar el tamaño de la participación ciudadana que resultó presentarse aquél día y mucho menos, la orientación de la voluntad de esa participación.

El día lo inicié temprano, nos habían citado en el CISEN a las 4 de la tarde por lo que, luego de votar, me dirigí a la Magdalena Contreras, el trayecto de mi casa al trabajo era diariamente de 2 horas, aunque en domingo y con la ciudad en reposo, se podía avanzar un poco más rápido.


Casi a las 7 de la tarde empezaron a caer los primeros resultados de casillas, de las más cercanas. Y al rededor de las 9 de la noche se logró la recepción casi uniforme y generalizada a ritmo lento pero constante. Ocupábamos un salón grande donde por tanto podíamos intercambiar información con facilidad.


Cada resultado recibido era acompañado por una sorpresa generalizada, lo que nos decían los Estados de Chiapas y Guerrero por ejemplo, en realidad no era sorpresa, de antemano se sabía que en esas zonas existía amplio apoyo al Frente Democrático Nacional, las sorpresa real era que la tendencia generalizada en el país entero era la misma, con mayor o menor intensidad, pero la misma. El hijo del Tata no sólo llevaba la delantera en el sur y en Michoacán, de pronto también en Chihuahua y sin lugar a dudas en la Ciudad de México ¡y eran ya los números reales! generados desde las secciones electorales formalmente instaladas en los Estados, Municipios y Comunidades de todo el país.

La sorpresa y el desconcierto subían de tono con cada número que se sumaba al anterior y a todos los que estábamos ahí se nos subía a la cabeza una sensación de mareo y un júbilo reprimido. Veía los ojos desorbitados de mis compañeros y la muda expresión que gritaba por la alegría que provocaba aquella sorpresa.


¿Estaríamos presenciando el momento en que la historia moderna del país diera un giro impulsado por la voluntad de un pueblo que, confiando en sus instituciones había expresado su voluntad en las urnas? ¿Estaríamos acudiendo al fin de la etapa de los gobiernos revolucionarios?


Todos conocemos la respuesta y en ese momento nosotros la intuimos ya que, alrededor de las 11:30 de la noche, luego de más de 4 horas de un incesante fluir de información y una tendencia clara de esos números a favor de Cuauhtémoc Cárdenas, el flujo se detuvo y de forma brusca, dejó de llegar información, de todos los Estados al mismo tiempo. Los equipos de cómputo seguían encendidos, la energía eléctrica no se cortó en ningún momento, solo el fluir de los datos se detuvo. El sistema colapsó.


El tiempo empezó a transcurrir lentamente y se hacía más largo porque el plan de pasar ahí la noche no había cambiado y teníamos la instrucción de esperar a que el sistema se restableciera. Empezamos a cabecearnos sobre las mesas y los teclados de las computadoras, a tomar más de 3 cafés seguidos, a abusar de las galletas y de los comentarios frívolos hasta que, el jefe de los analistas del sector financiero nos llamó a su oficina al filo de las 3 de la madrugada, quería que lo acompañáramos a ver el mensaje que Jorge de la Vega Domínguez, Presidente Nacional del PRI, daría por televisión.


Algunos alcanzaron a entrar a la oficina, muchos más nos quedamos atorados en la puerta y el resto, se paraba de puntitas para alcanzar a ver algo por encima de nuestras cabezas. Entre papelitos tricolores y un presidium lleno de personalidades del partido acompañando al candidato; Jorge de la Vega Domínguez anunció el indiscutible, irrefutable e incuestionable triunfo de Carlos Salinas de Gortari.


Nos quedamos mudos y atónitos. Se dio la más grande de las sorpresas. Habrán ustedes de imaginar que nosotros, ubicados en el corazón de la información más sensible del país, en el sitio donde se tenían los canales que la controlaban y nos daban acceso a ella, desconocíamos los resultados de la elección porque información no había y ellos estaban cantando su triunfo con base ¿en qué?


Era realmente difícil creer lo que estaba pasando, nuestros jefes nos invitaron a regresar a la zona de la captura de datos y nos dijeron que esperaremos instrucciones, cuando amaneció, casi a las 7:00 de la mañana nos dejaron ir a nuestras casas, sobra decir que el sistema no se restableció, sobra decir que no volvimos a trabajar en ese tema, sobra decir que nadie creyó en los resultados que dio el PRI, empezando porque en el sondeo realizado entre los que estábamos ahí recibiendo la información, (más de 60 personas) ni una siquiera, había votado por Salinas de Gortari.

Luego de un encierro de alrededor de 12 horas en las que además nos aislamos del mundo, al salir a la calle empecé a escuchar lo que la gente decía sobre cómo se había desarrollado la jornada electoral, señalaban incontables irregularidades y el llamado “madruguete” del presidente nacional del PRI anunciando el triunfo de Salinas como signo de que esa forma de hacer política daría pelea y se resistiría a morir aún, durante mucho tiempo.

El Frente Democrático Nacional había logrado un conglomerado social que se convirtió en movimiento y sacudió el régimen imperante del partido único y aunque no logró que su triunfo se reconociera; dio impulso a mayor participación social, logró que más personas se interesaran por la política y el quehacer público, derivó en la creación de un nuevo partido político que representó por mucho tiempo a la izquierda mexicana y equilibró la balanza de las opciones y posiciones ideológicas que los partidos políticos en México ofertaban a los ciudadanos.

A partir de esa experiencia se fundó el IFE, organismo autónomo independiente del Gobierno Federal, se logró una Reforma Electoral que abrió espacios a la oposición en el poder legislativo con las diputaciones y senadurías plurinominales y no sin costos que lamentar, como el de los más de 300 perredistas asesinados durante la Administración de Salinas; este sexenio se vio empujado a promover reformas importantes para la vida democrática del país.


Por si esto fuera poco, demostró que había condiciones para que algún día, la izquierda mexicana llegara a ocupar posiciones de poder público


A la distancia entiendo cuánta razón tiene el dicho de que “Roma no se hizo en un día” y aunque entonces a los que empezábamos a participar y a estar conscientes de la situación nos urgían los cambios y nos sentíamos llenos de ese ímpetu juvenil para arriesgarlo todo por un futuro mejor; al país en general le faltaba mucho camino por recorrer tras el período de la famosa “Dictadura perfecta” definida así por Mario Vargas Llosa y que dio paso a la construcción de los muros de la larga noche neoliberal.


El fraude que se consumó el 6 de julio fue un parteaguas en la historia moderna de México y junto a la Revolución mexicana y el Movimiento estudiantil de 1968, marcaron el Siglo XX y el rumbo que ha tomado el país en estos tiempos.

Cuando ya Salinas era Presidente electo, una mañana nos anunciaron que nos visitaría en nuestras oficinas del CISEN, entró y caminó por el corredor de acceso hacia la oficina principal del jefe de nuestra coordinación y vi con atención que: ni uno solo de nosotros se levantó de su asiento a recibirlo y mucho menos a saludarlo; nosotros sabíamos mejor que nadie, que por ahí, pasaba un usurpador.



 
 
 

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